La importancia de la sociedad en el hombre


El hombre es un ser social por naturaleza. Esto quiere decir que, para poder desarrollarnos como tal, debemos vivir en sociedad. Características atribuibles al ser humano son, entre otras, el lenguaje o la bipedación. El concepto de hombre no se entendería sin llevar adheridas estas características. Dichas destrezas solo pueden ser aprendidas si se vive en sociedad. En la naturaleza, nadie puede enseñarte a caminar erguido o a relacionar el término árbol con la idea del mismo que todos poseemos. Es más, si no viviéramos en sociedad y, de alguna manera, consiguiéramos configurar nuestro cerebro de modo que relacionara objetos con palabras, lo más posible es que se produjera una distorsión del lenguaje. Todos relacionamos un árbol con el ser vivo compuesto por tronco, ramas, hojas, etc., porque desde pequeños alguien nos ha presentado esta correlación como la correcta. De haber conformado nosotros esta unión, tal vez lo que conocemos como árbol pasara a llamarse horno. Esto considerando la existencia de esta necesidad de correlación en individuos no expuestos a una sociedad que le abra los ojos ante esta posibilidad, lo que dudo que pasara.
Tirando del hilo de la curiosidad, que también nos caracteriza, llega la duda de que pasaría entonces si un humano no viviera en sociedad. Hacer un experimento de estas características iría en contra de la moral, con lo que deberíamos fijarnos en otro tipo de fuentes. Si nos fijásemos en películas como El libro de la selva o Tarzán caeríamos en una falacia. En estas películas se muestran individuos con pleno conocimiento del lenguaje y que parecen haber sido educados por humanos, ya que poseen todas las características propias de uno. No se puede negar que son de la misma especia que tú o que yo, pero esto no quiere decir que haya una correlación entre la especie y la evolución del individuo. Como ya he dicho antes, en esto último juega un papel importante el entorno. Un niño británico y uno español, pese a ser de la misma especie, no van a utilizar el mismo lenguaje ni actuarán de la misma manera en su día a día. Es un tanto conformista aceptar que un niño criado fuera de una sociedad vaya a acabar siendo tan parecido al resto de nosotros.
La siguiente cosa que vendría a nuestra mente serían los ermitaños. Estos son personas que, por diversos motivos, han decidido que la vida en sociedad no les complace y deciden salir de ella para vivir en soledad. La vida del ermitaño suena, para muchos, apetecible e incluso algunos afirman que ese cambio de vida le ha llevado a la felicidad. Hay varios ejemplos de figuras mitológicas e históricas que se recluyeron del resto del mundo y acabaron teniendo un gran impacto en él. Uno de mis ejemplos favoritos es el de Emily Dickinson. Fue una gran poetisa estadounidense que paso gran parte de su vida recluida en la casa de sus padres, sin tener contacto con el exterior. Su motivación fue el trascendentalismo: una especie de recuperación del estoicismo e influencias del hinduísmo, así como del romanticismo alemán de Johann Gottlieb Fichte y Friedrich Schelling. Es decir, busca una vida de acuerdo con la naturaleza, renunciando a la vida urbana y exaltando la naturaleza. Durante esta época escribió varios poemas que hoy se consideran cumbre de la poesía intimista del siglo XIX estadounidense. Viendo esto pensaríamos, “tal vez la sociedad solo sirva para alienarnos”. Si paramos a pensarlo en parte actúa como una ideología, da unas bases sentadas, unas ideas, sin dejarte la oportunidad de pensar por ti mismo. Aprendes a relacionar la palabra árbol con la imagen que a todos se nos viene a la cabeza cuando pensamos en uno, pero no te explica por qué se ha producido esta correlación, para que te sirve conocer este término, por qué no puedes llamarlo de otra manera o incluso por qué debemos usar el lenguaje de ese modo. Nadie parece preguntárselo, lo que puede parecer inofensivo, sin embargo, puede llevar a problemas más serios.
Si en algo tan básico e importante como es la formación de nuestro ser, no solo con el lenguaje sino también con el aprendizaje de prejuicios, conductas o ideologías desde ya temprana edad, no nos planteamos que lo aprendido puede ser algo erróneo, esta conformidad puede ser utilizada por líderes con malas intenciones. Valiéndose de esta base facilitada por la sociedad puede introducir ideas o llevar acciones acabo sin ser cuestionado. Si desde pequeño te han enseñado que las mujeres son las encargadas del hogar y la crianza de los niños, te parecerá normal cuando un líder político quiera obligarlas a quedarse en casa en vez de trabajar. Incluso antes de nacer, con tan solo saber tu sexo, ya empiezan a conformar lo que serán tus prejuicios regalándote muñecas, ropa rosa y con flores para niñas y coches para niños. En la infancia nadie se va a plantear que estas cosas no sean más que prejuicios y, aunque en la edad adulta seamos conscientes de algunos de estos errores, seguimos cayendo en la misma conducta porque es lo que la sociedad nos ha enseñado a hacer. Ejemplos como estos son los más visuales, pero desgraciadamente no los únicos. Esto se repite en cuestiones políticas y hasta en la asociación de una bandera con una ideología. Es un tema interesante pero no es el que nos concierne.
Estos ermitaños ya han estado en contacto con una sociedad en la que han aprendido todo lo necesario para ser identificados como humanos, por lo que no resolvería nuestras dudas. Tras una búsqueda en internet descubrimos los llamados niños salvajes. Estos son, básicamente, niños que se han criado en la naturaleza, sin contacto con la sociedad. No saben hablar, caminar como nosotros, etc. En nuestro papel como imperialistas tenemos la necesidad de llevarlos a una sociedad y meterles a calzador nuestra manera de vivir. Como si les pusiéramos un embudo en la boca y les hiciéramos tragar todo lo que no son. A pesar de compartir especie, esos niños no son hombres. Se asemejan mucho más a animales de otra especie y nuestro ahínco de convertirlos en lo que no son y en encerrarlos en ciudades es, cuanto menos, descorazonador.
Un caso muy popular es el de Víctor de Averyon. Para resumir su vida fue forzado a caminar erguido, vestirse, y se intento que hablara. Esto causo tristeza en el niño y, tras horas de duro trabajo, se empezó a fugar hasta que un día nunca volvió. En este caso el niño parecía ser feliz en la naturaleza, pero hay otros más desgarradores. Uno de ellos es el de Genie, quien pasó encerrada en una habitación pequeña, atada a una silla por el día y en una jaula de noche por su padre. Tras ser liberada muchos lingüistas y psicólogos la trataron con la intención de reeducarla.
Genie podría excluirse en parte de lo siguiente, pero el resto de los casos no mencionados como el de Víctor, niños criados en la naturaleza, llevan como resultado animales, no hombres. Nadie intentaría que un caballo aprendiera a comportarse como nosotros por lo que estos niños deberían de poder permanecer en su estado salvaje. Estos individuos no son hombres, ¿por qué nos empeñamos en que actúen como tal?
En conclusión, si algo particular del hombre no es poseído por otro ser, sea de la especie que sea, no debe de ser considerado como tal. Además, estas particularidades solo son adquiridas en sociedad por lo que concluyo que el hombre es un animal social.

Comentarios

  1. Muy bien Deva. Aunque la conclusión igual es excesivamente categórica y rotunda. Sean cuales sean las circunstancias siempre deberíamos esforzarnos por sacar lo mejor de nosotros mismos, aquellas cualidades que nos hacen mejores, mejores humanos. Y esto vale también para los niños salvajes, pienso.
    Saludos

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